jueves, 24 de mayo de 2012

Cinco minutos con Mario

    Cinco minutos, más o menos tardarán ustedes en leerme y quizás algunos más en leer el artículo de Mario (Vargas Llosa) publicado por "El País" el pasado domingo, que me tiene un tanto revuelta y apesadumbrada. Y eso que en el Olimpo de mis dioses literarios, Mario forma parte de la Santísima Trinidad junto a García Márquez y Quevedo.

    Conocí a Mario antes de ser mayor de edad, cuando mi padre me regaló "la ciudad y los perros", un libro duro, y escrito con las tripas, que después he releído varias veces con el mismo placer que la primera vez; y de ahí en adelante no he faltado a ninguna de sus citas, porque soy lectora fiel y devota admiradora del escritor y no tanto del hombre público, del cual discrepo en muchas cosas excepto en su ataque a todas las dictaduras sean del signo que sean. 

    Mario siempre se ha sentido llamado a empresas mayores que la literatura, oficio que su inmenso talento le permite ejercer de forma intermitente y como aquel que se toma un café. Cometió el error reconocido por él mismo de querer ser presidente de su país y de aquella experiencia (fantásticamente relatada en sus memorias) salió como el gallo de Morón: sin plumas y cacareando. Y  quizás entonces dedujo que sin mandar en ningún sitio en particular, pero estando en todas partes en general,  conseguiría ser más influyente que presidiendo el Perú de los años 90. Mario se ha convertido en una suerte de gurú del orden internacional, los mejores diarios le ofrecen sus páginas y todas las universidades y foros le abren sus puertas y sus micrófonos. Y como el hombre se está haciendo mayor, le han ungido con los santos óleos del Nobel y sigue vendiendo libros como churros, se cree capaz de decir lo que le da la gana (para ello es un paladín del liberalismo) y de opinar miserablemente de intelectuales, políticos y pensadores muy notables pero que se alejan de su ideario. 

    Mario sigue siendo un magnífico escritor y comienza a ser un viejo cascarrabias en sus afirmaciones desde la tribuna pública; quién sabe si porque verdaderamente tiene dotes visionarias o porque a estas alturas de su vida y premiado con todo lo premiable ha hecho hablar demasiado a sus personajes y ahora hace hablar a ese personaje en el que él mismo se está convirtiendo. El pasado domingo titulaba su articulo "las ficciones malignas": busquenlo en la hemeroteca virtual de "El País", está escrito por una pluma divina pero por un ser humano resentido. 

    Nuestro Mario proclama la crisis que nos golpea como una de esas "ficciones malignas" irreales y esquizoides creadas por el imaginario popular, François Hollande ha ganado las elecciones y es presidente porque en Francia "la estupidez es contagiosa". Paul Krugman (ese economista iluminado y a quién nadie hace caso a pesar de que hasta ahora no se ha equivocado en ninguna de sus predicciones) "dice tonterías" y del retrato despiadado sólo se libra la Madre abadesa Merkel, sin señalar que ésta en realidad se limita a vivir de las rentas que le dejó su predecesor en el cargo, que perdió las elecciones precisamente  por preveer la que se avecinaba. 

    No sigo, admiro demasiado a Mario, y me basta con haberle dedicado estos cinco minutos de reproches,  para poder seguir disfrutando de muchas horas de literatura a cambio...

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