lunes, 28 de mayo de 2012

Padre, perdónala porque no sabe lo que hace...

    Ya está, voy a salir del armario: me he comprado un iPad y desde hace cuarenta y ocho horas que lo tengo vivo hipnotizada por él. Siento que he dejado de ser una marginada tecnológica y al mismo tiempo que tengo que presentar mis excusas al respetable público que (para mi sorpresa) me sigue leyendo: se acuerdan de todo aquello que escribí en mi entrada del 21 de mayo sobre la necesidad de desenchufarse,  no depender de la tecnología, etc.? Bien pues, ahora voy yo y me compro un aparatejo que se conecta casi con darle una palmadita y que me tiene fascinada. Hay que tener pocos principios y sólidos para que nos cueste menos quebrantarlos...para que vean ustedes que la carne es débil y la mía como la de cualquier hijo de vecino. 

    Esto de la tableta es una cosa digna de ser perseguida por la Inquisición, tal es el nivel de fascinación y creencia mágica al que te lleva. Y ya que entramos en el símil religioso, me doy cuenta que es perfectamente aplicable al invento. Veamos.

    Para empezar, uno se compra un iPad, por mucho que se esfuerce la competencia en decirnos que tabletas las hay muchas y variadas; "la tableta" es la de chocolate o la de Mac, se siente por las otras. El beato Steven Jobs (si fuera católico habría sido santo a la misma velocidad que Wojtlyla, que no lo es pero poco le falta) sabía lo que fabricaba. Rezo a este hombre lo que no le rezo a los santos porque llegó a la conclusión de que a la gente no hay que venderle artilugios que no necesiten un mes de aprendizaje para usarlos; ya ven ustedes como las grandes ideas que han movido a nuestra civilización siempre han sido simplezas que no se le habían ocurrido a nadie anteriormente. 

Así que como varios amigos mios tan torpes y tecnoestresados como yo me aseguraron que el iPad se compra y se usa, sin tener que estrujarte las neuronas durante dos días para manejarlo, allá que fui yo a la tienda en una tarde  de sábado,  con 27° a la sombra (fenómeno excepcional en estas latitudes) a comprármelo, así estaba segura de no tener tumultos en la tienda y poder someter al vendedor al tercer grado. Los vendedores me hicieron la ola, una migaja de descuento y ante mis múltiples preguntas insistieron en que me lo llevara a casa y lo pusiera a funcionar: "no hay nada que explicar, señora". Lo dicho: un milagro, que además y no como otros milagros, es verificable directamente y no te amenazan de excomunión si es falso .

    Claro que el invento tiene sus defectos, como los tenemos todos. Por ejemplo: no se deja. No se le puede meter todo lo que uno quiere sino sólo lo que se compra o se descarga a traves de las "i-tiendas";  no deja de ser como lo de las bulas papales y por poner un ejemplo más moderno como el Camino de Santiago: solo firman que lo has hecho si pasas por la oficina de la Catedral, y te han sellado el papelito los puestos oficiales por el camino. Este cacharro es como una monja de clausura que hace voto de castidad, porque por no tener no tiene ni agujeros por donde meterle el enchufe de una cámara, una llave USB, un micro o cualquier cosa que tenga punta y transmita  datos: con ello el sistema garantiza su pureza. Ingenioso que era el beato Steven.

   Ahora bien, parece ser que hay una posibilidad de meterle algo a la tableta y es sacando los datos de la famosa nube,  lo cual me reafirma en mi creencia que la Iglesia Mac alguna que otra idea le ha copiado a la Iglesia Católica: la tableta sólo copula con el Altísmo (aquí llamado iCloud) se acuerdan del Espíritu Santo y aquello de hágase en mí, etc.? La historia se repite.

    Bien, pues asumiendo que me he comprado un cacharro poseído por una secta de fanáticos que no pueden vivir sin "El" , espero no volverme demasiado idiota con ello en las manos, y si así fuere, y ustedes me notan algo extraño, les ruego que me lo hagan saber, porque esto de las tabletas es como las armas: las carga el diablo!

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