domingo, 7 de abril de 2013

Grandes esperanzas

    Ya ni se cuántas veces he dicho aquello de que el ser humano es insatisfecho por naturaleza y que yo como la que más. Será quizás necesario para la supervivencia de la especie: aspirar a vivir más años, a ser eternamente joven, a ganar más dinero, a tener un coche más grande que el del vecino, a ser más altos, más fuertes, más rápidos o, porque no, incluso mejores seres humanos. La insatisfacción puede ser a veces malsana, ir de la mano de la avaricia y poner de vuelta abajo un país con el riesgo añadido de que tus huesos pasen una temporadita en la cárcel, no es cierto Señor Duque Empalmado? 

    Yo tengo mi fuente de insatisfacción particular, que con los años y la sabiduría que te dan los mismos, se va limitando a pocas cosas, pero reiteradas: por qué no puedo comerme la nevera entera sin arrepentirme después de ello? Es un ejemplo. Aunque tengo otro ejemplo aún más claro que son las vacaciones. Para empezar, tengo que hacer una declaración de principios: las vacaciones son sagradas. Un derecho del trabajador para mí más importante que el permiso de maternidad, el derecho a la huelga o  los fines de semana de dos días. De mis empleadores consiento todo tipo de abusos excepto con mis días de asueto, prefiero que me engañen con el sueldo antes de que me escatimen un día de descanso. Para mí, el calendario anual se divide en los días laborables y los periodos en los que puedo cogerme vacaciones y salir pitando al aeropuerto camino de donde sea; y éstos últimos me los conozco de memoria, pueden ustedes hacer la prueba y preguntarme cuando es el Viernes Santo del año que viene o en qué día de la semana cae la Navidad, que les contesto con los ojos cerrados. Toda mi ilusión cuando vuelvo de unas vacaciones es ponerme a planear las siguientes, así que verán ustedes, en este asunto no admito mediocridades, según mis elevadas expectativas cada vacación tiene que ser excelente, y según mi insatisfacción quasi permanente, de cada vacación debería haber sacado mayor partido, más descanso o más diversión.

Como la cosa comienza a ser un poco obsesiva, me obligo a hacer examen de conciencia y a decirme una y otra vez que lo he pasado de miedo, y sobre todo, me recuerdo a mí misma en voz alta (como hacía aquel personaje que los romanos colocaban detrás de cada general victorioso) que hay mucha gente que no tiene vacaciones o que las tiene forzosas (gracias al paro) o que si las tiene no tiene ni un misérrimo Euro para ir a ninguna parte. A pesar de examen de conciencia, sigo esperando grandes cosas de mis vacaciones y por ello me esfuerzo cada vez que regreso en  hacerme una lista de todo lo bueno que he sacado de ellas procurando olvidar lo que me haya dejado la maldita sensación de que podían haber sido mejores.

    Y de estas vacaciones en España, pasadas por agua y frío, sin planes morrocotudos y con la guinda final puesta (cómo no!) por Iberia, que anuló mi vuelo porque le dió la gana pero se le olvidó comunicármelo, me he traido unos cuantos buenos ratos pasados con la familia y amigos, mis deberes con la Agencia Tributaria debidamente cumplimentados (soy muy ingenua, sigo pensando que "hacienda somos todos) vista la peli de Almodóvar y confirmadas mis sospechas de que ésta era de las malas. Me he traido puestos y visionados varios capítulos atrasados de "Downton Abbey" y confirmada  mi idea que ésta es de lo mejor que la televisión nos ha dado en los últimos años; un paseo de ensueño por las murallas de Avila, el reencuentro con los siempre queridos amigos madrileños y por fin! la oportunidad de ver la exposición de la Casa de Alba, otra razón más para admirar a Cayetana: su dedicación a la conservación de varias de las mejores obras de arte de la pintura española. Me he ahorrado todos los tambores de las procesiones porque como llovía, no salían, lo cual al final ha resultado ser la única ventaja de la lluvia. Me traigo todos los pinchos del mundo engullidos y sabe Dios la de kilómetros que tendré que correr para bajarlos, la sensación de que mi país esta empezando a ser un conjunto de gente triste o cabreada que no ve muy claro qué va a ocurrir con ellos el día de mañana, y me traigo las ganas locas de volver a marcharme de vacaciones, sí! Ya ven, siempre con grandes esperanzas. Y mañana a madrugar. Feliz semana.

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