lunes, 17 de febrero de 2014

Irse y no hacerse

    Suiza es un curioso país, donde le piden opinión a la ciudadanía hasta para fijar la altura que tienen que tener los retretes públicos. Todo pasa por ser materia de referendum en este país, y ya sabemos que ésta, la del referendum,  es un arma que carga el diablo, incluso cuando los que participan son los civilizados suizos. Esta vez les preguntaron si querían acabar con la libre circulación de los ciudadanos de la Unión Europea (ese club al que no quieren pertenecer)  por su país y contestaron que sí.  Con su pan se lo coman; aunque es un tanto incómodo el resultado, porque este forúnculo de país está colocado en pleno centro de Europa, allá donde se cruzan todas las carreteras,  todos los ferrocarriles y todas las cordilleras; y encima son ricos. 

   Son ricos de tradición, como otros somos de tradición mentirosos, o cantantes; porque los primeros millones los hicieron con la primera Gran Guerra, continuaron siendo custodios de todo lo que los nazis expoliaron por Europa; y siguen su tradición de dinero dudoso guardando todos los millones que se escapan por las rendijas de la corrupción y de los sistemas financieros corruptos. No debe ser casualidad que Urdangarín haya decidido irse a vivir allí, no...

    No me parece Suiza un país "molón", como decía Chus Lampreave en el dichoso anuncio navideño de Campofrío. En realidad, ninguno de los nuestros es un país molón, porque toda Europa ha dejado de ser tierra de acogida y no queremos que nadie venga, y menos aún, que se "hagan". Nos seguimos tragando esa leyenda que dice  que los inmigrantes vienen a nuestros países a tener hijos, operarse de varices y juanetes y a cobrar el paro sin doblar ni un meñique. Me aburre tanto este tema, que por una vez me voy a ahorrar esas estadísticas también aburridas y que tanto me gusta propinarles: vayan ustedes mismos a consultarlas en la página web de Eurostat (www.eurostat.europa.eu). Solo les digo que la carga financiera y material que representa la inmigración europea para todos nosotros es del 0'7 del PIB  europeo. Cifra que creo que, a pesar de la crisis nos podemos seguir permitiendo. Porque aunque se arreglen la dentadura y cobren de nuestras maltrechas arcas públicas, a cambio barren nuestras calles, recogen nuestras basuras, descargan los contenedores en nuestros puertos, cosechan toda la fruta de nuestros invernaderos y empujan las sillas de ruedas de nuestros abuelos. 

    Puede que tengan cuatro a cinco hijos cada uno que, por supuesto, van a nuestras escuelas y los curan nuestros pediatras; pero teniendo en cuenta que dentro de nada la población europea mayor de ochenta años será un grupo más numeroso que la de los menores de veinte, no veo yo mal que se queden entre nosotros, aunque sólo sea para ver  por las calles más niños y menos arrugas. Consultando mi propia hemeroteca me doy cuenta que ya en noviembre del 2011 publiqué una entrada al respecto ("Que se queden") . Ya ven, ni escribiendo un blog a modo de terapia me puedo quitar de encima mis fijaciones ni ser menos machacona de lo que ya soy sin blog...

    Nosotros, los de los países venidos a menos, no queremos que nadie se haga de los nuestros, y mientras tanto, algunos de nuestros ricos, se hacen de países macarras, como Depardieu, que se ha hecho moldavo; o los futbolistas se cambian de pasaporte para poder ir donde les paguen más y les lleven a la copa del mundo. Me temo que nuestros pobres emigrantes vienen a parar  aquí simplemente esperando sobrevivir, que ya es menos que vivir, y sin más exigencias a cambio.

    Europa se hace vieja y se agrieta por los cuatro costados, enzarzándose en batallas absurdas como esta de impedir que la gente viaje y se instale donde quiera y pueda ganarse honradamente la vida. Y encima tenemos una  institución llamada Parlamento Europeo, que se supone que es la que nos defiende a los ciudadanos ante los gobiernos, que en pocos meses, si Dios no lo remedia va a ser un hervidero de racistas, xenófobos y extremistas antieuropeos de toda calaña. Por si no le bastara con ser un cementerio de elefantes. Si seguimos así, este continente poblado de viejos achacosos necesitará todo un ejército que nos ayude a empujar los andarines que nos harán falta para caminar y para entonces, los que empujan ya se habrán ido a otra parte donde les quieran más y les traten con más respeto.

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