domingo, 18 de octubre de 2015

El indicador económico perdido

    Se supone que los economistas saben de economía, aunque llevan unos años equivocándose tanto que la cosa da que pensar. También es verdad que creemos que los economistas son unos adivinadores que, en vez de bolas de cristal y cartas del Tarot, utilizan ordenadores y series interminables de números, lo cual le da a su oficio adivinatorio  cierto halo de seriedad, aunque en el fondo muchos piensen que entre Rappel y la Escuela de Chicago no hay tanta distancia. A su favor hay que decir que en tiempo de bonanza era más difícil equivocarse y que a nadie le gusta dar malas noticias; los que las anunciaron con antelación como Stiglitz o Krugman, acertando de pleno, tuvieron en los años de opulencia tantos detractores como tienen ahora seguidores. Así de injusta es la ciencia. 

    Se supone también, que en cada país civilizado, hay un economista que sabe de economía y que recibe el encargo de ser el ministro del ramo. En el caso español, se nombran hasta dos al tiempo, que además de economía, están demostrando saber latín, porque uno ya se ha apeado de la política rindiéndose a la evidencia de que en cualquier consultora estaría mejor pagado y el otro, el recaudador, se ha puesto a largar por esa boquita todas las lindezas que pensaba de sus jefes y que hasta ahora no se había atrevido a largar. Dice Don Cristóbal que eso de la "economía con alma" es una falacia, y creo yo que dice muy acertadadmente. La economía es una ciencia inexacta, indeterminada y donde entran en juego muchas variables entre las cuales me parece que el alma no tiene mucho peso. Eso de la economía con alma me suena a frase idiota pergeñada por algún experto en marketing electoral y me recuerda al "conservadurismo compasivo" de George W. Bush, que se inventó este lema para lograr su reelección justo antes de bombardear Irak y pasear a los presos de Guantánamo en pelotas y atados como perros sin longaniza, todo ello sin compasión ninguna. 

    Don Cristóbal se puso las botas el domingo pasado en El País, y le hizo un pequeño regalo a su gobierno, pues dio una serie de datos que, según él,  demostraban que la economía de forma "evidente"  (evidente: que se puede ver sin esfuerzo) se estaba recuperando. A mi juicio, se le pasó el dato fundamental: que los divorcios han aumentado en un 3% en el último año, cosa en absoluto baladí. Si la gente se vuelve a divorciar oficialmente, con papeles, abogados y pensiones alimenticias por medio, es que es verdad que la cosa está mejorando. O si no, ya me dirán ustedes qué mileurista o parado, por muy a matar que se lleve con su ex lo que sea, puede permitirse una segunda casa con todas sus facturas sin dejar de contribuir al mantenimiento de la primera y de los que viven en ella. 

    Que los divorcios se redujeron de golpe a partir del 2010 es un hecho demostrado que no corresponde a un arrebato religioso ni a que de repente todos los matrimonios fueran muy felices. En pleno siglo XXI  ya nadie vive gratuitamente el infierno que supone un matrimonio roto y un hogar devorado por el desamor y la inquina mutua entre los cónyuges. Pero el divorcion lleva aparejados unos costes que muchos hogares infierno de la España en crisis no podían asumir. Así que una de dos: o el infierno era talmente insoportable que se endeudaron para pagar el divorcio  o las maltrechas finanzas de esa gente han mejorado lo mínimamente necesario para afrontarlo. Yo me quedo con la segunda explicación, francamente. La economía doméstica es un gran indicador económico que los sesudos adivinadores tienden a desdeñar. A ver si el próximo que venga tiene una bola de cristal más limpia o más transparente y acierta un poco más,  por difícil que sea...

No hay comentarios:

Publicar un comentario