jueves, 22 de octubre de 2015

Mens sana in corpore corrupto

    Mi padre y mi abuelo solían decir que hay una enfermedad de la que se muere todo el mundo y que se llama carnet de identidad y, concretamente, se muere uno cuando ya no queda otra de esa línea donde viene escrita la fecha de nacimiento. En lo que el DNI se pone malo y nos lleva al huerto de los callados cada cual intentamos engañarlo como podemos.   Sin ir más lejos, hoy mismo en el gimnasio donde me ejercito, ahora que definitivamente la lluvia me impide correr por las calles (y de paso intento también engañar al DNI) el programa informático de entrenamiento me ha propuesto calcular mi verdadera edad biológica metiendo toda una serie de parámetros que no he metido porque a los cinco minutos ya me había cansado de leerlos; y porque me asusta que me digan que tengo más años biológicos de los que ponen mis documentos, a pesar de lo que me esfuerzo en lo contrario.
   Temo admitir que, ahora sí, señoras y señoras, que esta fortaleza de mi cuerpo, que en los últimos años he armado con todas las armas posibles para que sea joven y atlético está asediada por las fuerzas del maligno en forma de achaques varios. No voy a rendirme a la primera de cambio, pero me están dando la batalla desde que volví del verano, qye ya saben ustedes que, en mi caso no sólo es una estación metereológica sino también un lugar. Me asedian al principio de esta temporada otoño-invierno porque es cuando servidora se pone en manos de los galenos para que me saquen sangre,  me revisen los dientes, los ojos, mis atributos femeninos y la glándula tiroidea que, en mi caso es bastante dura de pelar y está revoltosa ella. El balance final es medianamente satisfactorio, pero veo cada año como se va estrechando el peligroso cerco de las goteras corporales a mi alrededor. No les cuento las últimas sorpresas porque tampoco voy a airear mi expediente médico en la plaza pública pero vamos, para todo lo que me esfuerzo, los resultados podrían ser mejores, qué caramba!

    Como acto de rebeldía hoy me he zampado dos marron-glacés, el dulce favorito (e intraducible)  de Maria Antonieta (por si no lo sabían) y de todas las mujeres de mi familia; y el único dulce por el que yo pierdo la cabeza, siendo como soy más amante de las aceitunas que de los caramelos. Y porque estoy en donde estoy, que si no hubiera vaciado una churrería entera, acompañados todos los churros y porras posible e imaginables de unos cuantos cafés...Ya ven que al final me he dado un homenaje bastante modesto para lo que podía haber sido. Veo que esto de cuidarse está muy bien pero veo así mismo que las goteras de la edad acechan las desgraciadas de manera que los esfuerzos por evitarlas a veces sean estériles.

    Y ya que me confieso, pues resulta que también me he zampado unos higos envueltos en chocolate negro que me ha traido mi vecina a ese lugar donde ya no somos vecinas sino colegas de trabajo; y me los he tomado con gusto y hasta con concupiscencia, porque el higo es mu fruta favorita y envuelto en chocolate ni se lo imaginan como está. Y al colesterol, a las dioptrías, a los triglicéridos, a las hormonas oscilantes y a todas esas cosas horribles que a partir de ahora nos van a ir sucediendo poco a poco a las mujeres en edad interesante como es la mía, pues un buen corte de mangas! Y a hacer deporte, sólo y exclusivamente porque genera endorfinas que son relajantes. Aunque estoy segura que los churros también generan endorfinas, seguro.


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