domingo, 5 de mayo de 2013

Exodo

No me gusta nada la telerrealidad, aunque si no salen Belén Esteban, Alvaro Muñoz Escasi o Falete a veces puedo concederle a estas emisiones el beneficio de la duda. Y así fue hace unos días, cuando me quedé clavada ante la tele viendo Master Chef, programa (como casi siempre) copiado de otras cadenas europeas que ya llevan varias ediciones, ésta vez, con un toque muy nuestro. En las versiones francesa o británica, el jurado está compuesto por reputados cocineros que juzgan y aconsejan con tono didáctico y buenas maneras a los concursantes que, en su mayoría son cocineros o al menos trabajan en la hostelería. En la versión española, los cocineros miembros del jurado son tres seres engreídos y encantados de conocerse que, insultan, abroncan e intimidan a los sufridos concursantes que no son más que unos aficionados a los fogones. Se ve que lo de la bronca aporta más televidentes que la crítica constructiva, así somos nosotros.

   A lo que iba, ésta semana, la pobre concursante abroncada, humillada y eliminada era una joven vasca, dulce y amable, que a la pregunta de la presentadora (tan guapa como pavisosa) sobre cuál era su futuro contestó que su futuro viajaba ya en un contenedor camino de Nueva Zelanda, donde pensaba abrir un pequeño negocio de venta de productos españoles y degustación de tapas. La pavisosa dijo "qué estupendo!" sin pararse a pensar ni medio segundo en que para nuestra joven y derrotada concursante, como para muchos de sus derrotados coetáneos, el mundo ha dejado de tener confines a la hora de ganarse la vida. Nueva Zelanda...se dan ustedes cuenta de dónde está? Se dará cuenta ella que si todo le va bien (ojalá) y se queda allí a vivir su vida, cada vez que le duela España (que diría Unamuno) va a estar a 24 horas de avión y mejor ni pensarlo en Euros? No sólo se nos escapan los cerebros, también el talento culinario está poniendo tierra por medio con este nuestro bendito país.

    Claro que si la entrevista se la hubiera hecho Esperanza Aguirre, que piensa que la fuga de cerebros que está padeciendo España traerá buenísimas consecuencias para nuestro futuro, a lo mejor hasta conseguía que ni nos diera pena ni yo ahora estuviera dedicándome a escribir estas líneas con cierta amargura. O Dolores de Cospedal, que afirma que el exilio de los jóvenes españoles en busca de oportunidades es un fenómenos pasajero y sin mayores consecuencias. En España desde luego sabemos divertirnos como nadie, amar a nuestros padres hasta el delirio y ser muy amigos de nuestros amigos, pero despreciamos profundamente la inteligencia y eso, acabará por pasarnos algún tipo de factura.

    Llevamos siglos tirando cerebros por la borda: expulsamos a los Judíos juntamente con su sabiduría, quemamos en la hoguera a mucha inteligencia renacentista, fuimos impermeables al Siglo de las Luces y mandamos de viaje por Europa a los pocos liberales que hubieran podido modernizar el país. La Guerra Civil  echó de nuestra tierra a toda una generación de intelectuales, escritores y científicos que alumbraron las mejores universidades americanas con su conocimiento, y nosotros nos lo perdimos. A los que no se escaparon a tiempo nos los fuimos cargando por los barrancos y los dejamos pudrirse en la cárcel. Ahora, sin sangre por medio, asistimos a un goteo incesante de arquitectos, ingenieros, médicos y científicos que se marchan a donde pueden ganarse la vida, ya ni siquiera a hacer las Américas como hacían los toreros.

    Algún día los echaremos de menos, a ellos y a todo su saber, acumulado durante años y pagado en buena parte por las Universidades públicas que costeamos entre todos. Como me costearon a mí mis estudios, que llevo más de veinte años amortizando lejos de España. Las Conchitas que limpiaban las casas de la burguesía parisina en los años '50 y '60 se compraban todas una casa en su pueblo que alicataban con mármol y adornaban con griferías alemanas porque no tenían otro objetivo que volver (vean "Las mujeres del sexto piso" excelente película más real que la vida misma) pero los ilustrados que emigran en el siglo XXI se instalarán allende a los Pirineos, donde encontrarán reconocimiento profesional, un marido o una mujer, quizás, y una vida menos sometida a los vaivenes caprichosos de la política y el ladrillo; y dudo que volvamos a verlos. Creanme, se de lo que hablo. Buenas noches.

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