jueves, 30 de mayo de 2013

Cuentos chinos

    En mi adolescencia, cuando  llegaba tarde a mi casa (tarde era entonces pasar de las diez de la noche) por el camino iba inventando la excusa que les iba a propinar a mis padres, que inexorablemente me contestaban  "no nos vengas con cuentos chinos";  la misma respuesta que me dió mi padre una de las primeras veces que llegué,  no tarde a casa, sino pronto por la mañana y me lo encontré desayunando: "el cuento chino te lo ahorras, y ahora vete a dormir". Aclaro para quién no me lo haya oído decir, que yo era la mayor de mis hermanas, y que iba abriendo paso y asustando a mis progenitores con afirmaciones y horarios que con el tiempo y el advenimiento de otras fechorías fraternales me hicieron parecer un angelito. Pero lo del cuento chino se me quedó grabado, y hace unos días me dio por mirar de dónde venía la maldita expresión: la nostalgia, a veces también es léxica, qué le vamos a hacer.

    "Cuento chino", según el Diccionario de la Real Academia  es un "embuste o mentira disfrazada de artificios". Esto es, no vale un engaño simple, hay que adornarlo y encajarlo dentro de una historia que parezca veraz. Y de dónde viene? Pues parece que hay dos explicaciones y las dos tienen sus partidarios y detractores. Hay quien afirma que "cuento chino" se aplicó en su tiempo al relato de  Marco Polo al  regresar de sus viajes; relato que quedó recogido en el llamado "Libro de las maravillas", cuya primera edición española data de 1503, aunque Marco Polo viajó a China a finales del siglo XIII.  Otra teoría sitúa el origen de la expresión en la Cuba de mediados del XIX, cuando miles de chinos emigraron a la isla empujados por el hambre desde su país de origen y acogidos por los grandes terratenientes cubanos que necesitaban mano de obra abundante y barata para recoger la caña de azúcar; parece que muchos de ellos protestaban por las condiciones abusivas en las que se les hacía trabajar y estas protestas recibieron el nombre de cuento chino por parte de los cubanos.

   Y fíjense que el cuento chino es algo que nos acompaña desde nuestra más tierna infancia: los Reyes Magos, el Ratón Pérez, el Portal de Belén, el Juicio Final, Adan y Eva en el Paraíso  y tantos otros que si me pongo a enumerarlos estaré aquí hasta mañana. Tanto nos hemos acostumbrado a estos relatos hechos de patrañas, que cuando nos los cuentan de mayores o nos los seguimos creyendo o se los creen a pies juntillas los que se los inventan, y ya saben ustedes que nada hay más verídico que una mentira tan  bien contada que hasta el que la cuenta se la acaba creyendo.  De éstas todos nos sabemos unas cuantas: el monstruo del Lago Ness, la Guerra de los Mundos de Orson Welles, el gol con la mano de Dios de Maradona,  las tres carabelas de Colón que en realidad eran dos o la oreja cortada de Van Gogh, que en realidad sólo fue un pedazo de su lóbulo izquierdo. 

    Si nos metemos en finanzas, el cuento chino comenzó a usarlo un tal Ponzi en los años '40 del siglo pasado, que se inventó aquello de la estafa piramidal,  que es un cuento simple como un sello de correos y que en nuestro país explotaron con especial habilidad unos señores que trabajaban en una cosa llamada "Forum Filatélico": no eran vendedores de sellos de colección, sino vulgares estafadores que evaporaron los ahorros de miles de pobres ingenuos. Aunque el cuento chino debe, en principio, servir a pícaros y maleantes, la cosa ha evolucionado tanto que ahora son los que nos gobiernan quienes nos lo cuentan con tanta fe que pretenden que nos lo creamos, y a veces hasta lo consiguen. Si una mente preclara como Kenneth Rogoff dice que a partir de una deuda pública del 90 % no puede haber crecimiento y eso lo cuenta en tiempo de crisis, nuestros gobernantes están encantados de hacer de ésta frase las tablas de la ley...hasta que llega un listo de verdad y le cuenta al mundo, con datos en la mano, que la afirmación no se sostiene. Le hemos dado muchas vueltas, pero probablemente ustedes, sin ser avezados economistas como no lo soy yo, se habían dado cuenta hace tiempo que lo de la austeridad era un enorme cuento chino: si  el estado recorta, hay que ahorrar de donde antes se gastaba, y si  no se gasta, no circula la pasta y no se puede ahorra para gastar de nuevo y para que el estado ingrese. Parece un trabalenguas pero es tan simple como la tabla del  uno.

    Hace ahora diez años, los americanos (no siempre muy espabilados) se buscaron a un listo como Tony Blair para que éste a su vez embaucara a otros dos pavos (Aznar y Barroso) y tras hacerse una foto para la eternidad en las Azores se inventaran cualquier cuento chino para invadir Irak buscando unas armas de destrucción masiva que  ellos ya sabían que no iban a encontrar. Las consecuencias son las que todos sabemos. Y las consecuencias hicieron que el 11 de marzo del año siguiente, medio Madrid saltara por los aires dejando 191 cadáveres y 1857 heridos de gravedad, y el señor de la foto de las Azores contándonos a todos un cuento chino que, afortunadamente no nos creímos y que, aparte de crecerle la nariz a medida que lo contaba, le costó perder las elecciones.

    Ahora viene lo bueno: este señor bajito, feo y a un bigote pegado, está dispuesto a volver por donde solía y a ofrecerse como salvador de la patria (pobre patria la nuestra que siempre tiene que estar pendiente de que la salven) cansado ya como está de dar conferencias en inglés y de ganar dinero a espuertas. Y si esta vez no es un cuento chino?

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