miércoles, 22 de mayo de 2013

Logaritmos y derivadas

    No hace falta que se lo recuerde: en las casas donde hay escolares estamos entrando en plena temporada alta. Ese bonito momento del año en el que los que estudian, aún estudian más y los que no, remolonean lo justo y necesitan algún que otro latigazo (verbal) y alguna plegaria de las abuelas para salvar los muebles. En este norte europeo que habito, como además llueve y hace frío, las tentaciones externas son menos; queda por ver si la lluvia es un motivo para estudiar más, aunque yo diría que en la era de los niños "on line" ya no tiene tanta importancia, porque las mayores tentaciones ya no vienen de los parques y plazas floreadas sino de las pantallas táctiles. 

    Dice el sempiterno informe PISA que a los españoles no se nos dan bien las matemáticas y en este caso, voy a darles la razón a estos señores PISA (que quienes serán y de dónde salen) en sus argumentos. Si me pongo a hacer una encuesta a mi alrededor entre parientes y colegas, veo que la palabra matemáticas levanta ampollas, y en algunos casos, entre los que me incluyo,  vómitos y urticaria adicionales. Hemos trasladado a nuestros hijos la mucha angustia que nos provocaron los exámenes  de nuestra adolescencia, sin darnos cuenta que simplemente hemos sido víctimas de una mala enseñanza de la materia,  aunque yo hasta el día en que leí un artículo en la prensa que me lo explicaban, pensaba que lo que me ocurría era una mala predisposición genética para los números. Servidora forma parte de la generación que se pasó años estudiando la famosa teoría de los conjuntos, la propiedad biunívoca de los mismos, venga a dibujar óvalos rellenos de triangulos de colores y de ahí, sin piedad, a resolver ecuaciones, logaritmos y derivadas sin comprender el modo de empleo. Después de pasar años y años con los malditos conjuntos disjuntos, nos llovía del cielo el número "e" y ese bonito dibujo que correspondía a "infinito partido por infinito" y para entonces la cosa ya no tenía remedio: calentones de cabeza, profesores particulares y en el mejor de los casos, opción letras en los últimos años del BUP para salir del paso airosamente. Así se ha perdido la ciencia española buena cantidad de elementos que quizás le hubieran servido, otra vez, una prueba más del desprecio que tenemos en la madre patria por la inteligencia (véase mi entrada "Exodo"  del 5  de mayo).

    El desdén por la aritmética arrastra sus consecuencias hasta nuestros días: jamás controlamos las vueltas que nos dan en las tiendas, pagamos en los bares por rondas,  y en esos mismos bares se llenan las copas sin medida y cuando llegó el Euro, lo redondeamos todo (hacia arriba)  para no tener que hacer operaciones con decimales. En la Europa nórdica si se pide usted un Gin-tonic le va a poner la ginebra con un medidor, los precios se dan con los decimales que hagan falta y en los restaurantes  la cuenta se divide por persona y calculadora por medio sin perdonarnos los unos a los otros ni medio Euro. Son ellos más listos? Seguro que no. Tienen una crisis galopante? No parece. Sus cuentas públicas están saneadas? Parece que sí...saquen ustedes sus propias consecuencias. Las matemáticas se han convertido en una asignatura indispensable no sólo para el colegio, sino para la vida en general, los países que lo entendieron hace tiempo las convirtieron en un pilar básico de sus sistemas educativos y francamente, les va bastante mejor  que a nosotros. Y no pongamos el ejemplo de los orientales, que nos están comiendo por las patas y siguen enseñando a los niños a contar con el ábaco, instrumento simple donde los haya pero que parece que desarrolla los hemisferios cerebrales de forma prodigiosa.

    Las matemáticas son feas o bonitas según la capacidad  del maestro de enseñarlas.  Los niños, a priori, no tienen mejor ni peor capacidad para asimilarlas,  y me niego a admitir que los orientales sean todos, absolutamente todos más inteligentes que nosotros. Si el señor Wert y sus secuaces fueran capaces sólo por un minuto de abandonar sus credos,  dejar de darle gusto a los obispos y  de encabezonarse en ciertas discusiones bizantinas, aprovecharían la ocasión de la enésima reforma educativa para ocuparse de las matemáticas y de las ciencias y de cómo nuestros chiquillos pueden aprenderlas y apreciarlas y quizás sí, entonces sí sacaríamos a España del cajón de los olvidados de la historia. Como no lo hacen, tenemos que esperar a que el fútbol nos de alguna que otra alegría y cinco minutos de gloria en los telediarios, y aún eso se nos acabará algún día.

   Hagan leer a sus hijos "el diablo de los números", de Hans Magnus Enzesbergen, y léanse ustedes "Simetría,. Un viaje por los patrones de la naturaleza", de Marcus de Sautoy; ya es un buen comienzo. Ya saben ustedes que yo, si no recomiendo un libro, reviento. 

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