martes, 4 de junio de 2013

Bailaré sobre tu tumba

    Vive Dios que me espanta la muerte. No se cuantas veces lo he dicho ya. Y no me gusta nada que tenga que ver ni de lejos con ella: ni los vampiros y sus historias, ni las películas de miedo o de catástrofes naturales donde hay cadáveres a mansalva. Frankestein y el Conde Drácula sólo me resultan simpáticos y soportables en la versión televisiva de la familia Addams y Halloween me parece una fiesta idiota. Por no hablar de las sesiones de espiritismo, las historias de muertos vivientes y hasta me repele el himno de la Legión: " novios de la muerte"...No tengo palabras.    No me gustan los cementerios y aún menos los velatorios, a los que sólo voy si me queda claro que a quién voy a dar el pésame le reconfortará mi visita. Los funerales me horripilan y todo lo que tiene que ver con lápidas, esquelas, ataúdes y ritos adyacentes me provoca ardores de estómago. El único rito funerario que me ha interesado en la vida es el de los antiguos egipcios, que nos dejaron con ello un legado artístico maravilloso.

    Les cuento todo ésto porque, fuera de temporada, el periódico local me hace llegar en un cuadernillo central un suplemento sobre toda esta materia que me horroriza. Debe ser un lapsus climatológico: hacía tanto frío la semana pasada que se creían en Todos los Santos. Venciendo todo tipo de aprensiones me puse a leer el susodicho cuadernillo en el cual he aprendido alguna que otra cosa curiosa que hasta ahora no sabía porque siempre huyo de este tema como del Maligno.  Por ejemplo, la utilidad de las cenizas del muerto, visto que la incineración gana adeptos día a día. Las cenizas, además de poder esparcirse en los  lugares más insólitos del planeta tierra pueden emplearse de mil maneras: desde crear una joya con ellas (versión postmoderna de la reliquia medieval), incorporarla dentro de un CD y (agárrense) servir como tinta para hacerse un tatuaje: no hay mejor manera de llevar el recuerdo del muerto que  a flor de piel.  

    A pesar de que la incineración ya es por sí misma una opción ecológica, hay quien ha vivido con la preocupación medioambiental y la quiere llevar a sus últimas consecuencias en el momento de la muerte: ataud biodegradable, merienda en el velatorio con galletas Bio y conducción del cadáver al cementerio más cercano en una especie de triciclo de pedales; gente consecuente hasta sus últimas voluntades. He aprendido también que la gente le da mucha importancia a la banda sonora de su funeral y que deja muchas instrucciones escritas al respecto. Como las modas cambian, los clásicos "My way" de Frank Sinatra, o "I will survivre" de Gloria Gaynor han dado paso a nuevas listas de éxitos encabezados por Adele y su "Someone like you". Si quieren ver la lista entera pueden consultarla en www.dela.fr/top50-musique-funeraire. Ya veran, ya.

    Las nuevas tecnologías también han llegado al ámbito funerario y parece que ya existen cementerios con código QR incorporado en las lápidas. Ya saben, esos dibujitos negros como hormigueros que si Usted escanea con su teléfono inteligente (Ustedes, porque yo no tengo) le dan información gratuita o le remiten a una página web del difunto.

    He de reconocer que el folleto acabó por cautivarme porque daba todo tipo de información sobre las ultimas tendencias funerarias (hay quien es víctima de las modas hasta para morirse) y los últimos adelantos técnicos en la materia. Obviamente, todo era publicidad para una compañía de seguros que al terminar las seis o siete páginas del cuadernillo te remitía a una dirección de Internet donde por módico precio se podía suscribir un seguro de entierro como los que toda la vida se vendieron en los pueblos con el argumento de que usted no podía cargarles con ese muerto (valga la expresión) a sus herederos, sólo que esta vez con un marketing mejorado. En lo que a mí respecta, no seré yo quién deje instrucciones sobre este particular, que me provoca escalofríos sólo pensarlo: que hagan conmigo lo que quieran. Y visto lo visto, le doy la razón a mi padre cuando nos decía que, de poner un negocio, había que decantarse por las pompas fúnebres: según él era un negocio al que nunca le faltarían clientes; pero qué listo era, caramba!

   Y una cancioncita de propina:



   

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