jueves, 27 de junio de 2013

Divagaciones de una noche de verano

    Por razones que no me voy a detener a explicar, y que son profesionales (aviso a las mentes perversas) me estoy pasando la noche en blanco. Una noche de verano, corta en sus horas sin luz y no muy cuajada de estrellas, porque está nublado. En los ratos perdidos el sueño empieza a pasarme factura y mi otro yo, ese ser que se te desdobla cuando estás medio dormido o medio borracho, me muestra imágenes de mi vida con más o menos desorden.

    Se me aparece mi abuelo, que pensaba  que yo era la más lista de sus nietos, además de ser la primera. Tenía muchos nietos, algunos tanto o más listos que yo, pero a él le cegaban mis humildes logros académicos y probablemente pensara que en el mercado mundial de las nietas y nietos la suya mayor (yo) era la reina del mambo. Esa inyección de autoestima que recibí durante muchos años me hizo mucho bien en mi infancia y adolescencia, quizás sólo ahora me de cuenta. 

    Se me aparecen las monjas de mi colegio de monjas. Ahora que la vida me ha colocado en un lugar donde la gente que me rodea ha recibido una educación cosmopolita y exquisita, bilingüe o trilingüe, y moderna para su tiempo; y ahora que veo los colegios a donde van mis hijos, y los hijos de mis amigos, y la cantidad de cosas que pueden aprender, elegir aprender e incluso elegir no aprender, me pregunto cómo una provinciana educada en un colegio de monjas (de monjas rebrincadas añade siempre mi madre)  como yo, puede haber llegado hasta aquí. 

    Se me aparecen las playas de mi infancia, porque ya estoy hartándome de no tener verano: Santander, Torremolinos, Fuentebravía, Punta Umbría...Ahora llenos de ladrillo impertinente y en aquel entonces llenas de balones de Nivea que caían de un helicóptero que sobrevolaba la orilla. Curioso, en aquel entonces la gente se echaba al agua para cazar un balón de Nivea...se moverían ahora de su toalla por tan poca cosa? Lo dudo.

    Se me aparecen mis campamentos de verano, mis desayunos domingueros con churros fríos, y mis primeras cañas bautizadas con gaseosa y bebidas apresuradamente en los primeros veranos con libertad vigilada para beberlas. Si sueño con un supermercado, veo filas interminables de botellas de Casera, que no entiendo aún como no se ha convertido en una bebida más de moda: quita la sed, refresca, es barata y no tiene ni una caloría. No sé cómo se venden millones de latas de ese mejunje tostado con sabor indescriptible que se llama Red Bull y no se venden millones de botellas de Casera, que es infinitamente mejor.

    Se me aparece mi padre diciéndome que hay que estudiar idiomas (y cuánta razón tenía);se me aparece el portero de casa de mis padres, que no me dejaba subir en ascensor porque decía que era pequeña;se me aparece la kioskera de mi barrio, que las malas lenguas decían que había sido mujer de vida alegre antes que kioskera. Veo pasar por mis ojos, que apenas se mantiene despiertos, una sucesión de ciudades que he conocido con mochila y a donde quisiera volver sin ella : Munich, Milan, Siena, Carcasona, Ljubiana,  Salzburgo...tendré tiempo de verlas algún día sin  tener que comer bocadillos de queso en lonchas en todos los bancos de sus parques? Las veré con los mismos ojos? 

    Ya ven ustedes que, como decía Goya, el sueño de la razón produce monstruos. La falta de sueño produce apariciones y visiones confusas, como todas éstas que les acabo de propinar en estos párrafos de desvarío. Mañana, que a estas horas de la madrugada ya es hoy, será otro día y lo más probable es que me arrepienta de haber escrito toda esta sarta de tontadas. En los años sesenta se permitían este tipo de experimentos literarios, y claro, los tipos que se empleaban en ello (Cortázar y compañía) derrochaban el talento literario que a mí me falta. Tomense pues, la entrada de hoy como un experimento, una licencia que me estoy permitiendo a cambio de poder permanecer relativamente espabilada a ciertas horas en las que hasta yo, de vocación vampira, suelo estar dormida.

    Y tan dormida estaba que ayer después de escribir la entrada olvidé colgarla...Lo dicho, sin talento literario y encima más torpe que un cerrojo! 

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