miércoles, 7 de agosto de 2013

Amor América

    Espero que Maruja Torres no se enoje demasiado si algún día va a parar a esta pantalla, por haberle  pedido prestado el título de una de sus mejores crónicas periodísticas que más tarde se convirtió en libro, muy recomendable, por cierto. Yo, como Maruja, ya me enamoré de América en general hace unos veinte años y de Sudamérica, en particular, en el año 2000, cuando, literalmente, me dí de bruces con ella, casi como Colón, porque no estaba en la lista de los lugares de la tierra que quería conocer, y ahora está en la lista de los lugares de los que no puedo prescindir. 

    Creo que ya les voy desvelando el sueño del que les hablaba en mi última entrada, aunque estoy en ello, aún no lo he materializado completamente. Para ello me he chupado catorce horas sentada cual sardina enlatada en dos aviones, sección clase turista, no hay otra. Como viajo excelentemente acompañada por tres seres que no protestan a pesar de haber ido tan enlatados como yo, vuelvo a usar  este blog como desahogo: cruzar el charco en avión a partir de cierta edad y de ciertas agujetas y tortícolis, comienza a ser una proeza...por no hablar de cierto mal rollo que me da eso de pasar al menos siete horas suspendida sobre la mar oceana; yo creo que el miedo al avión también se acrecienta con la edad. 

    Pero todo se disipa cuando salgo por la puerta del aeropuerto y veo un panel publicitario (anunciaba una cerveza) que dice "bienvenido al país donde se saborea la vida", reconfortante, no me digan que no. Y comienzo a atravesar una ciudad atascada por el tráfico de hora punta donde nadie parece dormir y todas las tiendas están abiertas, todos los niños juegan en la calle y todas las luces se quedan encendidas; donde la bocina funciona como intermitente y los baches ni se cuentan y donde tras ese safari se llega a un pequeño hotel donde todos salen a saludar con una sonrisa de oreja a oreja y, aunque es tarde y la jornada debe haber sido dura, todos te hacen sentirte importante y esperado, porque lo de hacerte sentirte en casa, ya sabemos todos que es hipocresía burguesa.

    Los europeos hemos vaciado de contenido esos inevitables "qué tal?",cómo están?", sean bienvenidos!"  y frases similares que nos parecen un ritual pesado, inútil, falso y dictado por el más elemental marketing comercial. Yo, no se por qué, cuando pongo un pie allende el Atlántico, tengo la impresión que cuando me hablan y me hacen esas preguntas, se interesan de verdad por mí y por mi circunstancia, y huelga decir que lo hacen siempre esbozando una sonrisa que me desarma. Ay! Esa sonrisa de los latinos, sincera y no forzada...Cómo podríamos hacer en la vieja Europa para recuperarla? Y no me vengan con aquello de "con la que está cayendo" y letanías similares; a esta gente les está cayendo desde hace muchos años, les cayeron guerras absurdas, terrorismos eternos y dictaduras sanguinarias, les caímos nosotros españoles encima, les cayeron los Gringos después, les caerán los chinos un día de estos y siguen haciendo de la sonrisa y la amabilidad un acto de fe.

    Hace años me dijo una camarera en un hotel  de Bogotá  "usted le habla muy duro a su marido"... Tuve que explicarle a la amable señora que los españoles, y más aún los castellanos recios como yo, le hablamos duro a todo el mundo sin que por ello estemos enojados: no pareció entenderlo mucho aunque por amabilidad, esbozó una de esas sonrisas cautivadoras que en el fondo me estaban diciendo " prueba a cambiarlo". Vive Dios que lo intento, y cuando estoy a este lado del oceano me da la impresión que hasta a veces lo consigo. Le seguiré contando, ésto no ha hecho más que empezar.

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