martes, 27 de agosto de 2013

No es la misma canción

    Cuando yo era pequeña, en esta época del año volvíamos de la playa, de una playa cualquiera que, desventajas de vivir en la meseta castellana, distaba al menos siete u ocho horas de viaje de nuestra casa. Dicho así parece cualquier cosa, porque ahora en ese lapso de tiempo te cruzas la Península Ibérica, pero los que hemos viajado por las carreteras de los años setenta, sabemos que no.

    Mi padre nos sacaba de la cama a las cuatro de la mañana (él ya con el pitillo en la boca) y nos enfilaba dentro de un coche (que también olía  a tabaco) en el que pasábamos varias horas apretujadas y en mi caso particular, mareada perdida y vomitando cada cincuenta kilómetros mientras mi padre seguía fumando y mi madre escuchaba tres o cuatro veces los grandes éxitos de María Dolores Pradera. Parábamos en las gasolineras (donde la gente seguía fumando) a repostar y yo a lavarme porque me había vomitado encima; y parábamos en ventas de camioneros donde nos tomábamos un pepito de ternera correosa a media mañana, y llegábamos a la playa al atardecer si es que el coche no se calentaba, o pinchaba o no se nos atravesaban tres cosechadoras por el camino. Toda una proeza, ya les digo. 

   Yo, que soy un alma viajera, recuerdo aquellas expediciones veraniegas de mi infancia y primera adolescencia con estremecimiento, y recuerdo sobre todo el olor del tabaco paterno mezclado con el de la gasolina, o con el de los tubos de escape varios, porque como el aire acondicionado brillaba por su ausencia, viajábamos con las ventanillas bajadas y medio cuerpo asomado por ellas. Y recuerdo sobre todo esa voz de Maria Dolores Pradera cantando "la flor de la canela", que en aquel entonces me parecía una canción tan odiosa como ahora me lo pueden parecer "los pajaritos" en versión de María Jesús y su acordeón.Porque mi madre era presidenta del club de fans (que no existía) de María Dolores Pradera y en el coche se escuchaba lo que ella quería, aprovechando que mi padre tenía una oreja en frente de la otra y no distinguía a Beethoven de la Niña de los Peines...Y que los hijos en aquel entonces acatabamos las decisiones maternas sin provocar un debate constitucional, como ocurre ahora. 

    Han tenido que pasar muchos años, y han tenido que mejorar mucho los coches para que María Dolores Pradera y su "flor de la canela" salgan de mis pesadillas. Y miren ustedes por dónde, este verano el destino me ha llevado a la puerta de la casa donde vivía quien compuso esa canción, que fue la gran Chabuca Granda ("nadie como María Dolores" respondería mi madre) en cuyo barrio de Barranco, en Lima, estuvimos paseando, y junto a cuya estatua nos fotografiamos. La estatua en cuestión está frente a un puente, que no es otro que el famoso "del puente a la alameda" que rezaba la canción, que cruzamos religiosamente y yo, concretamente, tarareando la cancioncita que no me ha salido del cerebro desde entonces, y ya va para tres semanas. Incluso me he comprado un disco de Chabuca Granda y la llevo puesto en el coche, y no se si a este paso mis chiquillos pedirán a gritos que el CD se estropee o el día de mañana escribirán en un blog que su madre iba siempre cantando "la flor de la canela" desde que una vez estuvo en Lima...Ya se sabe que, aunque queramos evitarlo, siempre tendemos a reproducir los errores de nuestros padres, aunque sean musicales. Les aseguro que la canción es la misma, pero la de las gasolineras con olor a tabaco de mi infancia no suena igual que la que ahora me canta Chabuca en el CD de mi coche. Aunque, como diría mi madre, la versión de María Dolores sea mucho mejor. Yo les dejo las dos,  y ustedes juzguen...



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