jueves, 1 de agosto de 2013

Regreso al futuro

    Para escribir en este blog encuentro cada día decenas de motivos y razones, para no escribir, sólo una y ya saben ustedes cuál es: la pereza; ese pecado capital que me autorizo una vez al año, más o menos de quince de julio a quince de agosto, y que me concedo con gusto visto que el resto del año me paseo por la vida a la misma velocidad que el bólido de Fernando Alonso. Y también encuentro una excusa, algo que habitualmente no suelo practicar (lo de buscar excusas, digo): estoy desconectada, en un lugar perdido cerca de la frontera portuguesa, donde no llega la wi-fi y cuando la pesco, como ya les expliqué hace unos días, la pesco a ráfagas según sople el viento de levante o de poniente.

    Acabo de volver a mi lugar de residencia dejando atrás ese bendito lugar donde mis gastadas pilas invernales se recargan por otras nuevas y llenas de energía solar, y marina; y me doy cuenta que buena parte de esa recarga hay que agradecerla al hecho de vivir de una forma un tanto antediluviana, me explico. Resulta que como allí no tengo wi-fi, pierdo muy poco tiempo al día consultando páginas de bobadas y escribiendo las mías propias ya sea en Facebook o en este blog; no saben ustedes la cantidad de horas que se sacan al día para hacer mil cosas cuando Internet no nos llama desde cualquier esquina a cualquier hora. Tiempo para leer, para hablar con tu pareja, para jugar con tus hijos a las cartas, para escribir en un papel pensamientos inconexos como los que yo escribo y después pasarlos a limpio en forma de blog. Tiempo al fin, que es lo que no nos sobra y encima las pantallas y sus redes mal llamadas sociales nos roban.

    Como consecuencia de no tener wi-fi, hay ciertas operaciones antediluvianas que hay que volver a retomar, por ejemplo, leer periódicos en papel, pagarle a los pobres kiosqueros un euro con treinta a primera hora de la mañana y leer las noticias (casi siempre malas) y los muchos artículos de fondo y de opinión que, se siente, pero en la versión electrónica no aparecen. El resto del año nos conformamos con la verdad a medias y la inmediatez de la prensa digital, en verano da gusto pasar el tiempo leyendo la letra pequeña, las reseñas de libros, hacer el crucigrama y el Sudoku y después a provechar las hojas usos domésticos variados.

    Sólo en verano es posible desayunar churros recién hechos en una terraza sin que se enfríen, en lo que te traen uno de esos cafés con leche que sirven en Andalucía en el mismo vaso que la caña de mediodía, todo ello acompañado por la conversación de los de la mesa de al lado, que gritan como becerros y de la televisión que nadie ve, pero que a todo volumen te da las noticias o te vende un aparato para acabar con la celulitis. Todo muy "Chill- out", como podrán comprobar y, sin embargo, cuánta vida hay en esos cafés mañaneros de bar de pueblo y qué poca en las terrazas con sofás blancos de Ibiza! Para rematar la mañana del veraneo troglodita, se pasa uno por el mercado y compra pescados de pobre (por ejemplo caballas, a tres euros el kilo) y una sandía de diez kilos por cuatro euros y ya está hecho el día.

    Y ya si quieren que les cuente todo, pues les diré que en mi refugio veraniego, por no tener, no tenemos lavaplatos, por pereza de ir a comprarlo y que eso nos sirve de excusa (sobre todo a mis hijos) para perpetrar ciertos  actos prohibidos en temporada como rebañar el plato a conciencia (para usar sólo uno) sacar la cazuela a la mesa o comernos la sandía con las manos.

    Todo el mundo debería tener un pequeño jardín secreto, o como decía Virginia Woolf y más tarde se apropiaron de ello las feministas "una habitación propia". Yo tengo un rincón de Andalucía, allá donde ésta pierde su nombre, que es una caverna que me transporta a un pasado más amable, menos tecnológico y lleno de naturaleza; un pasado lleno de pájaros que dan la tabarra por las mañanas y gente que vive feliz a pesar de llegar a fin de mes con todos los números rojos. Un pasado sin wi-fi y sin lavaplatos, desde el que encaro de mejor humor y con mejor salud el impepinable regreso al futuro, que es donde me encuentro. 

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