viernes, 16 de agosto de 2013

Stendhal en los Andes

    La historia de la literatura nos cuenta que Stendhal sufrió un ataque de ansiedad tras visitar la Iglesia de la Santa Croce en Florencia, al parecer, turbado por tanta carga de historia y belleza juntas. Sus impresiones configuran una de las mejores guías para viajeros que jamás se hayan escrito ("Roma, Nápoles y Florencia" 1826) y sus temores y ansiedades dieron nombre a un conjunto de síntomas que padecen algunos viajeros, perturbados en exceso por los lugares que visitan: el síndrome de Stendhal. 

    A pesar de que soy descreída por naturaleza ante muchos de los hallazgos de la ciencia psiquiátrica, les diré que esto del síndrome de Stendhal es cierto como que la tierra se mueve. Como yo soy viajera recalcitrante lo he padecido varias veces y con variada intensidad, y una de ellas, miren ustedes por dónde, en un periodo breve de mi vida en el que vivía en una casa cuyos balcones daban, precisamente, a la Plaza de la Santa Croce de Florencia...Durante aquellos meses creía que vivía en un escenario de teatro y no en un apartamento de treinta metros cuadrados! Sentí la misma sensación sobrecogedora cuando en la prehistoria de mi vida viajera me planté por primera vez ante la Torre Eiffel, o cuando subí al Empire State, o cuando de pequeña mi padre me llevó a ver el Acueducto de Segovia, que era su monumento favorito (yo creo que porque al lado estaba el Mesón de Cándido) y que cumplía su máxima de conocer primero España y luego lanzarse a explorar el mundo. 

    Mientras escribo estas líneas, estoy empezando a recuperarme a duras penas del shock que me ha provocado poner mis pies en el Machu-Picchu; y poder proclamar a los cuatro vientos que sí, que es tan imponente como lo describen y tan tremendamente sobrecogedor el pasearse por sus piedras. Que no importa que para ello una tenga que sortear unos cuantos (muchos) japoneses con mascarilla y norteamericanos con barriga cervecera, madrugar de forma escandalosa y pagar, por ser extranjera, un precio bastante alucinante: lo doy todo por bien empleado. El Machu-Picchu no es un monumento, es un cuadro pintado por la historia, rodeado de un paisaje que sólo una conjunción astral pudo crear por encargo y conservado con mimo por los peruanos, descendientes de aquellos Incas a los que aún veneran quizás de forma desmedida. El mérito del lugar no está tanto en las piedras, al fin y al cabo muchas iglesias románicas  y monumentos grecorromanos han soportado mejor el paso del tiempo que el santuario andino; el mérito está en el envoltorio, en ese lugar, polo de atracción magnética (dicen) en el que la luz crea sombras milagrosas y el sol juega a esconderse y aparecer detrás de cada una de las impresionantes montañas que lo rodean. 

    No sigo, que me estoy poniendo cursi: ya ven que lo del síndrome es cierto. Aunque una psicoanalista italiana llamada Gabriela Magherini lo ha estudiado con profusión y publicado un estudio al respecto  en 1989 donde dice que quienes lo padecen son personas que viajan solas y principalmente mujeres. De lo segundo no me libro, de lo primero sí, porque afortunadamente, viajo acompañada por mi familia, que me sigue en mis correrías y al mismo tiempo me aguanta, lo cual tiene mucho mérito porque yo, cuando voy de viaje soy muy intensa...será también cosa del síndrome ese!

No hay comentarios:

Publicar un comentario