domingo, 1 de septiembre de 2013

Miedo escénico

    El miedo escénico existe, que lo se yo, y no porque lo diga Jorge Valdano, que se inventó el término, sino porque yo lo experimento de vez en cuando. Y yo soy una persona muy empírica, sólo me creo que existe lo que me pasa o me ha sucedido, que no es una forma de egocentrismo, sino el principio fundador de la ciencia moderna, según los sabios del Siglo de las Luces. Así que quedamos en que el miedo escénico existe, y no sólo para los que saltan al terreno de juego en el Bernabeu (que decía Valdano) sino para los que pisamos la calle para ganarnos la vida; existe el miedo previo a ciertas escenas, por temor a revivirlas; y el miedo a ciertos lugares, porque no nos traen buenos recuerdos; y el miedo a ciertos lugares comunes, porque se repiten cada año y ya sabemos lo que traen detrás. 

    Quieren un ejemplo? En la Europa Nórdica que habito comienza mañana el curso escolar, con todo lo que ello conlleva, y éste sí que es un lugar común...al que le tengo cierto miedo escénico. A partir de mañana vuelven los atascos en el tráfico, las ventas por doquier de lápices y cuadernos, las colas en el supermercado y probablemente la lluvia, porque desde que yo frecuento estas tierras raro es el año que hemos vuelto al colegio bajo un sol de justicia. 

    A partir de mañana se acabó lo de ver la televisión a todas horas, levantarse a la hora de la comida, pasarse medio día en pijama y olvidar hasta la clave para acceder al correo electrónico. Y aunque muchos ya hemos vuelto a nuestro puesto de trabajo, no es lo mismo abandonar una casa en silencio donde todos duermen, para ir a echar unas horas a la oficina, que llegar a esa misma oficina después de batallar durante dos horas con varios imponderables se llamen desayunos, jerseys que no se encuentran, carteras olvidadas y metro o autobús urbano hasta la gorra de gente.

    Cuando comience a sonar el despertador a las 6'45, ese que apagué hace casi dos meses, se habrá acabado el recreo permanente que significa el verano y me asaltarán desde todas las esquinas de mi casa las ecuaciones de segundo grado, el sistema métrico decimal y los elementos de la tabla periódica, con los que libraré una batalla sin cuartel hasta dentro de nueve meses. El cesto de la ropa sucia se llenará de calcetines desparejados, perderemos varios chubasqueros y guantes, la wifi de casa se saturará porque todos la queremos usar al mismo tiempo, los fines de semana sólo tendrán dos días, y esos mismos días se irán achicando hasta obligarnos a encender la maldita luz artificial a las seis de la tarde. Y así hasta julio...

    Dice Rosa Montero en El País de hoy que volver es un sútil mezcla de excitación y agobio. Yo no se lo que les pasa por la cabeza a los tres escolares de mi casa en estos momentos, pero yo, que soy la única que no vuelvo al cole, estoy nerviosa y agobiada, confusa y preocupada, resignada y excitada y sobre todo, tengo un terrible miedo escénico porque como ya se lo que me aguarda, y además, no hay cristiano que lo remedie, pues a aguantarse tocan. Como no puedo contárselo a ellos porque no quiero agobiarlos, pues se lo cuento a ustedes que, para esos son mis sufridos lectores. 

    Ya, ya se que todo ésto no es ni más ni menos que la inenarrable suerte de estar viva y con salud para contarlo. Será que me lo he pasado demasiado bien durante mis vacaciones? Será que soy una insatisfecha recalcitrante y no merezco vivir para contarlo? O será simplemente que la amenaza del despertador que cortará mis sueño me está quitando el ídem desde ya mismo? Sea lo que sea, feliz regreso a las aulas para todos los escolares, estén del lado que estén de la mesa, y feliz domingo para todos ustedes.

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