lunes, 30 de septiembre de 2013

Sobrecogimiento

Sobrecogida estoy después de haber leído de un tirón una novela llamada "La luz difícil", de un autor colombiano  llamdo Tomás González,  desconocido para mí hasta ahora, y de haber leído este libro a la vez que la crónica negra de mi país me bombardeaba día y noche con un suceso que no les cuento porque ya se imaginan ustedes de qué estoy hablando. El libro sí se lo cuento: un padre narra en primera persona sus recuerdos de las veinticuatro horas previas al momento en que su hijo parapléjico va a someterse a una eutanasia por voluntad propia para librarse de los dolores que le producen sus lesiones, y éstos recuerdos se van entremezclando con los de su propia vida a partir del momento en que muere el hijo.   Un drama, me dirán ustedes...pues no, un gran y bellísimo canto a la vida como nunca he leído y como no había visto desde "Mar adentro" de Amenábar; y dos sobrecogimientos juntos para mi espíritu, que ya  son muchos. 

    A medida que leía el libro (que me he ventilado en poco más de 48 horas) el relato de amor paterno que se desprendía de él se entremezclaba con las muchas veces cretinas observaciones de los opinadores a tiempo completo que iba oyendo en la televisión y viendo en la prensa, vicios ambos de los que no consigo curarme. Toda esa basura vertida sobre dos seres humanos, padre y madre que, mientras no se demuestre lo contrario son por ahora inocentes aunque acusados, y sobre todo merecedores  de un juicio justo y de cierto respeto por parte del público que les echa en cara "haberse traído una pobre chinita para acabar matándola"...palabras textuales. Y paso de comentar todo lo que publican los voceros oficiales de Facebook, con peticiones de pena de muerte incluidas y críticas varias sobre "los padres adoptivos que se cansan de sus hijos": esto último, también palabras textuales. 

    Según iba devorando las páginas escritas con las tripas de "La luz difícil" me sentía reconfortada por ese relato del amor a los hijos libre de cursilerías y de frases hechas que nos da su autor, y a la vez admirada por ese padre protagonista,  capaz de aceptar las decisiones de sus hijos criados con amor  y esfuerzo y dispuesto incluso a aceptar que en un momento dado uno de ellos decida acabar con su propia vida. Era el protagonista del libro un padre adoptivo? No lo dice en ninguna parte, y podría ser...o es que los adoptantes tienen que estar hechos de una madera especial a prueba de miserias? Tampoco lo dice en ninguna parte y creanme, de protagonistas  de adopciones yo sé un rato largo. 

    Cierto es que para adoptar a un niño hay que pasar un montón de pruebas y tests que los padres biológicos (que horrible denominación, por cierto) se ahorran, lo cual no garantiza como resultado una casta superior de seres humanos psicológicamente perfectos que serán capaces de hecerle frente sin un solo signo de flaqueza a cuantos vaivenes nos traiga la vida. Les aseguro que conozco muchos padres adoptivos y he visto en ellos todo el gran abanico de la condición humana, incluidos unos que a la vez que adoptaban una niña de color en Colombia votaban a Le Pen en las presidenciales francesas, tal cual se lo cuento.

    Dejemos trabajar a la justicia y quitémonos las gafas de los prejuicios. Los padres adoptivos lo son porque en un momento dado, como los padres de ovario y espermatozoide por la vía clàsica, han querido regalarse a sí mismos la paternidad, no son una ONG, para eso ya existieron Josephine Baker, Mia Farrow y Angelina Jolie. Y la naturaleza es mezquina a veces y maravillosa las más, y de todo hay en la viña del Señor. Y leanse el libro  de Tomás González, publicado por Alfaguara en el 2011, disfruten con su prosa y reflexionen sobre el contenido, que habla de padres y madres en sentido universal, sin etiquetas. Y sin tonterías.

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