martes, 24 de septiembre de 2013

La suerte de la fea.

    Después de haber provocado un encendido debate por el uso y escarnio de la dichosa Thermomix, me dispongo de nuevo a abordar un tema serio, que seguro que no provoca tamaña discusión y que, de paso, me permite alimentar mi vana ilusión juvenil de haber sido periodista para poder opinar en las columnas de los periódicos de asuntos varios, incluso sin tener ni idea de ellos. 

    No esperarían los amables lectores escaparse de que les suelte mi particular visión de la victoria de Angela Merkel en las elecciones alemanas del pasado domingo, no? Claro, que si se quieren escapar, con no leer de esta línea hacia adelante, asunto concluido. Y si de todas formas  quieren, les diré que tengo sobre este particular dos lecturas: una,  la que puedo hacer como ciudadana europea de la victoria de Angela, la nueva Canciller de Hierro y otra, la que hace Concha, mujer y cuarentona, del éxito y la atracción que provoca esta mujer poco garbosa y mal vestida donde las haya. Vayamos por partes. 

    Como ciudadana,  creyente y practicante de la cosa europea, no se si alegrarme o no la verdad; y lo peor es que ninguno de mis gurús periodistas me saca de dudas. No se si creer que una Angela libre de ataduras electorales será por fin más generosa y dejará de apretar el monedero y  mostrará un poco más de comprensión con las deudas ajenas o si, por el contrario, con la borrachera de éxito se crecerá en sus postulados, y decidirá que Europa es un apéndice de Alemania y que vamos a marcar todos el paso que nos dicte el Bundesbank, sea o no sea de sentido común. Esto sólo lo sabe ella, porque además la veo desconfiada en sus maneras (no olvidemos que creció en la vieja RDA) y me da que estas cosas no se las cuenta ni a su maridito  Pero aún me parece más interesante analizar a ésta mujer que ya va entrando en años (y en carnes) de peluquería básica y vestuario repetitivo, que es capaz de meterse a los electores en el bote sin hacerle mucho caso a los asesores de imagen que son, como se sabe, una casta poderosa dentro de la alta política.

    Angela gana elecciones desde el 2005 sin hacer dieta, sin cambiar el tinte de su pelo y sin otro vestuario que el sempiterno pantalón negro acompañado de unas chaquetas que le confecciona el enemigo en todos los colores del muestrario, adornadas con unos botones modelo chapa de botellín de cerveza. Es sosa y apenas se ríe, jamás la hemos visto bailando en verbenas populares ni cogiendo en brazos a niños de corta edad; su marido es un profesor de química que no aparece apenas en los actos oficiales y no hay hijos propios a quien sacar en la foto. En realidad, toda Alemania viene a ser su prole, porque buena parte de sus votantes perciben que esta señora de la chaqueta coloreada es una juiciosa madre de familia que sabe muy bien cómo administrar la paga de sus niños, el dinero de casa y de paso, sabe cómo echarle una buena bronca a los más dispendiosos de la comunidad de vecinos. Con estos débiles mimbres, Angela ha tejido un cesto que gana elecciones cuantas quiere, riéndose de la mercadotecnia y de tanto elemento superfluo que gobierna las campañas electorales, donde a los candidatos se les tiñen las canas (a veces cambiando el color con respecto a la barba) se les obliga a hacer jogging y se les practica una ortodoncia antes de echarlos al terreno de juego. 

   Y aún más, Angela gana elecciones prometiendo tijeretazos presupuestarios al vecino, austeridad en los gastos, libertad de horarios comerciales, pluriempleo para todos y dejando en casa sin trabajar a un buen montón de mujeres que no tienen cómo ni quién les cuide a sus hijos. Decididamente, Angela será muy hábil, pero también los alemanes están hechos de una pasta especial que no es la del común de los mortales, porque con todas esas promesas de sangre, sudor y lágrimas, encima son felices! A veces me pregunto si serán los supervivientes directos de aquellos cristianos que Nerón echaba a los leones y morían cantando...

    En esto de gustarle al gran público teniendo un punto de partida tan poco favorecedor sólo he conocido un caso parecido y se trata de Camila, la esposa del Príncipe Carlos de Inglaterra, quien con esos dientes y esa cara de cuadrúpedo cautivó al heredero y a la larga consiguió que los súbditos le perdonaran hasta la muerte de la inefable princesa del pueblo, muerte de la cual casi, casi la hicieron culpable. Verdaderamente, como dice muy bien el saber popular: "la suerte de la fea, la guapa la desea". Y para que se entretengan, les dejo una imagen con las chaquetas más vistas en Europa para los próximos cuatro años!


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