viernes, 21 de diciembre de 2018

Lo que no me va a pasar.

    Con inmensa alegría, y a esta hora de la tarde-noche del día más corto del año (o es mañana?) les comunico amados lectores, que hay una serie de cosas que no me van a ocurrir a partir de este momento. Cuando vean la lista, se darán ustedes cuenta que a veces es mejor estar contentos con la certeza de lo que no va a ocurrir que esperando, tantas veces de forma vana y estéril, a que ocurran cosas maravillosas que luego resulta que no lo son. 

   Mañana no me va a tocar la lotería. Lo sé a ciencia cierta porque no he jugado una sola participación, y eso que vengo de una estirpe de grandes ludópatas. No se crean que es una cosa religiosa: no juego porque se me olvida, así de sencillo;  y porque, de alguna manera pienso que ya me han tocado tantas loterías en la vida que pretender que, además, me toque la de Navidad, sería demasiado!

    A partir de mañana y durante diez días no va a sonar el despertador a las siete de la mañana, y ya solo eso es como para tirar cohetes y que corra el champagne. A Dios pongo por testigo que el día que me jubile, lo primero que va a salir despedido por la ventana es el maldito despertador! Ya que mencionamos el espumoso, a partir de mañana en mi casa vamos a festejar varias cosas, y por mucho que se empeñen algunos de mis parientes (los hay que hasta me han borrado de sus redes sociales) no lo vamos a festejar con cava extremeño; ni para boicotear a Cataluña ni nada por el estilo, porque el Cava de verdad tampoco es bienvenido en esta casa, donde hace tiempo descubrimos que si el Champagne cuesta lo que cuesta por algo es...

    Desde este momento me he apoderado del mando del Netflix, y como Agustina de Aragón estoy dispuesta a hacerme fuerte en mi sofá con él en la mano y a no abandonarlo e incluso lanzar cañonazos a cualquiera de mis cohabitantes que se atreva a arrebatármelo. Los adolescentes que se ocupen con sus teléfonos: no pasarán! Sé que esta vez, ellos no van a ver lo que les de la gana, y yo sí.

    Sé que este año no voy a comer langostinos congelados, y esa certeza me produce sentimientos encontrados a medio camino entre la alegría, el alivio y la nostalgia. Voy a pasar mis vacaciones en casita y he dejado abandonada mi casa del pueblo, por una vez, donde a la vez habrá unos cafés toreros que no voy a disfrutar y unos cielos azules que no voy a contemplar. No crean que estoy triste, porque voya tener alrededor a mis polluelos y eso ya me hace la más feliz de las gallinas cluecas. 

    A partir de hoy esta casa es un muestrario de la Navidad más navideña, con su  árbol de metro noventa (verdadero, no de plástico) su Belén; sus campanillas, luces por doquier, velas y Pascueras a tutiplén. Cuando una ha crecido con Mr Scrooge en casa, practica la fe del Converso, claro. Ya ven ustedes la cantidad de cosas buenas que NO me van a pasar...Como para pedir, además, que me toque la Lotería!

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